Vivimos momentos extraños en los que decimos frases que jamás fueron dichas por quienes supuestamente las pronunciaron, donde vemos imágenes que retratan una verdad tan cruda que desearíamos que no fueran auténticas. Tiempos dominados por la falsedad constante y la erosión de la verdad. Donde la mentira se ha convertido en táctica y la crispación en proyecto político. La mentira ya no busca que la gente crea una falsedad concreta, sino que deje de creer en nada. La manipulación sistemática no pretende convencer, pretende desorientar, crispar. No busca construir una verdad alternativa; busca debilitar la noción misma de verdad. Muchos saben que cuando la frontera entre verdad y opinión se disuelve, la sociedad entera entra en un estado de vulnerabilidad moral. Se vuelve gobernable por el miedo y los eslóganes fáciles y todo mensaje es pura propaganda. Han convertido la mentira en un modo de hacer política. No como error, sino como estrategia calculada. Los bulos diarios, el insulto reiterado, la exageración como norma, la victimización permanente, las acusaciones sin pruebas, las campañas coordinadas para sabotear cualquier espacio de consenso… nada de esto es casual. Es un método. Una forma de gobernar sin gobernar: si no puedes construir país, destruye la conversación pública; si no puedes ganar por propuestas, gana por desgaste; si no puedes convencer, confunde. Es un manual de destrucción. Y es en la tierra quemada que deja donde prosperan los discursos reaccionarios.
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